Desde el despertar del día y en
la bienvenida al sol, estoy solo. Me he convertido en la emulación humana del
pez león. Cuando suena mi alarma abro los ojos y me paso las manos por la cara.
Miro el techo y lentamente voy sacando la colcha que me cubre hasta arrimarla
por completo y quedar descubierto. Estiro las piernas y las voy sacando del
colchón hasta que las puntas de mis dedos encuentran mis sandalias. Luego
levanto el torso y camino con pereza al baño. Levanto la tapa y orino.
Con un solo ojo abierto, remojo
mis pelos y mi boca con el agua helada de la mañana y me miro en el espejo. No
me gusta lo que veo aunque he aprendido a aceptarme. Con mis legañas sinuosas,
mis babas espesas y mi pelo revuelto, he aprendido a quererme. Bajo la mirada y
observo detenidamente cómo mi barriga ha crecido en los últimos dos años. Antes
pensaba que la situación esa del amor y de la vida en pareja era lo que me
engordaba y no me dejaba tener la voluntad de cuidar mi peso, pero ahora, que
llevo mucho tiempo solo, me he dado cuenta que el único culpable de mi
ascendente curva estomacal soy yo.
Bajo a desayunar y en modo
rutinario preparo mi jugo de papaya con plátano, caliento agua y me sirvo una
taza de café, y con extremo sosiego saco el pan y el queso del cajón y me
preparo un emparedado. A menudo prendo la tele y veo noticias. Otras veces,
cuando tengo buen humor, prefiero empezar el día viendo un capítulo de alguna
serie sitcom, aunque ello signifique llegar tarde al trabajo.
No obstante, haciendo zapping, me
he topado recientemente con un documental sobre el pez león, un animal
solitario, ladino, frío y calculador, que duerme de día y caza de noche, a
hurtadillas, como un sicario que mata con presteza y por placer. Me ha llamado
mucho la atención la figura de este ser acuático, me he quedado maravillado con
su forma de actuar, su manera de moverse en las aguas tormentosas de la noche,
entre tiburones y ballenas, con la luna y las estrellas como únicas testigos de
sus maniobras. En resumen, he sentido una repentina admiración por el pez león.
Y no me refiero al tema del
sicariato. No mato, nunca lo haría, aunque a veces sueño con hacerlo. Creo que
para matar se necesita habilidades innatas con las que no nací. Me parezco más
bien al pez león en su forma de ser, tan ermitaño, tan insociable, tan
ensimismado y temeroso. Siento que soy así, que así nací, aunque quizás me
equivoco. Quizás los problemas que he tenido a lo largo de mi existencia forjaron
este carácter mío tan apacible.
Desde que me despierto estoy
solo, voy a trabajo y allí también estoy solo. Camino por la calle escuchando
música y solo me desconecto cuando pasa el colectivo que me llevará a casa, o cuando
algún transeúnte apurado me pregunta la hora. A veces tengo los audífonos
puestos solo para evitar el estruendo de la calle. Siento que tener los oídos
tapados me protege también del aire viciado y del smog que abunda en la ciudad.
Sin embargo, ya de noche, cuando
llego a casa y comienzo a escribir o a leer o hacer ambas actividades, me
siento vivo, me siento lleno de fuerza, como si el día recién comenzase. Allí,
en mi guarida, tengo la sensación de que nada ni nadie me harán daño, de que
tengo puesto un escudo transparente que me protegerá de cualquier individuo o
fuerza que me quiera menoscabar. Pero también tengo la alucinación de maquinar
un plan macabro para acabar con la paria corrupta de esta sociedad. Si el pez
león caza camarones, yo casaré, masticaré y escupiré políticos cabrones; si el
pez león aniquila cangrejos con sus antenas venenosas, yo machacaré y moleré a
abusadores, a malhechores y discriminadores; y como una serpiente me moveré con
escuchita sin que nadie note mi presencia, sin que nadie ose si quiere a
señalarme como sospechoso; sino más bien, haré que el pueblo me aplaude, que me
idolatre, que me adore.
Pero mientras sueño con eso me
preparo un pan con jamón y tomo gaseosas heladas con sabor a chicle. Y río en
soledad frente a mi papel virtual, hasta que son las doce y es hora de volver a
la cama y pienso en que mañana, con suerte, volveré a estar solo.
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