Llevaba
un buen tiempo sin salir con nadie. Es decir, con ninguna chica por la que
sienta atracción. En el primer año soltero había salido con amigas y amigos a
discotecas, bares, antros de mala reputación, al cine, a obras teatrales y a
restaurantes de toda clase. Pero había pasado casi un año sin tener una cita
con una mujer que me gustara mucho. Y vaya que Kati me gustaba. La conocí
haciendo cola en el Banco de la Nación, un lugar donde te puedes
demorar hasta una hora esperando para realizar un nimio trámite.
Ella estaba delante de mí y al inicio ignoré su presencia. Pero el
sonido estrepitoso de su teléfono me hizo fijarme en su nuca. Tenía un tatuaje
con forma de mariposa justo detrás de su cola de caballo. A penas el guachimán
la observó revisando su celular, se le acercó a indicarle que lo apague, y la
chica en lugar de responderle, volteó, me miró y me dijo por fa, me
cuidas el sitio, respondo la llamada y vengo al toque. Y salió corriendo.
Recién allí pude verla con más claridad. Llevaba una blusa amarilla, jeans
azules y zapatillas blancas. Sus ojos oscuros saltaban a la vista en medio de
su piel café, su boca de pato y sus incontables pecas. Tenía un cuerpo
contoneado y sus pechos resaltaban por demás.
Pasó un rato y la cola no avanzaba, hasta que la chica regresó. Su piel
lucía brillosa por el calor y su pelo se había encrespado por el viento. Me
miró y me dijo gracias chico. Yo solo atiné a sonreír y decir gracias.
Me miró de nuevo, esta vez sorprendida. Y por qué me agradeces me
dijo. Y yo de nada, quise decir de nada. Entonces ella soltó una
carcajada y recién ahí me di cuenta que tenía brackets. Y qué trámite
vas a hacer me dijo. Voy a recoger un cheque de un trabajo que
hice para el Estado. Y ella ah, vas a estar forrado. Sonrío
pero en el fondo me avergüenzo y me atemorizo porque ella habló muy fuerte y
temí que el resto pudiera escuchar y también temí porque pudo haber un marca
oyendo que saldré del banco con dinero. Y tú que vas a hacer, le
dije, desviando la conversación. Voy a recoger la pensión de mi abuela,
tengo una carta poder, y me enseñó un papel con muchos sellos y muchas
firmas.
De pronto en un desorden desde el fondo de la cola me empujaron y sin
querer choqué con la chica y sentí sus pechos. Ya me fregué, pensé. Ahora llama
al guachimán y me acusa de mañoso. Kati me miró fijamente y lejos de mostrar
estupor sonrió y me dijo, medio mañoso eres, ¿no? Y yo me
reí. No sino, que me empujaron, repliqué. Y cómo te llamas,
me pregunta. Javier, le digo, y tú. Yo Kati,
responde. Y qué trabajo le has hecho al Estado, si se puede saber,
me preguntó. No me incomodó su pregunta. Pude notar que Kati tenía un brillo
único y sus muecas eran muy simpáticas. Mis pulsaciones aumentaron. Me imaginé
que esta pequeña relación quizás podía llegar a un buen puerto. Les he
hecho un trabajo de consultaría en comunicación, le cuento. Ay, qué
bonito, o sea les han enseñado a hablar, me dijo. Al inicio pensé que era
una broma pero luego vi que no se rio y le expliqué que no, que soy comunicador
y que me dedico hacer ese tipo de trabajos en organismos estatales, pero noté
que mi explicación le aburrió y concluí con un bueno, en resumen sí,
les he enseñado a comunicarse. Sonrió.
Entonces eres comunicador, me dijo. Yo iba a estudiar
esa carrera pero finalmente me decidí por contabilidad, lo mío son los números,
añadió. Ahorita estoy trabajando para la Sunat pero solo a medio
tiempo, mientras hago mi tesis, me contó. No habló con torpeza, más bien lo
hizo con naturalidad y sutileza, pero percibí en su voz una cierta demanda por
tener mi aprobación o mi asombro. Qué regio, le dije. Y me
preguntó, ¿regio? Y le dije sí. Esa
palabra la usa mi jefa y la odio, me dijo. Entonces no supe qué decir. Dudé
entre si disculparme o no, y finalmente decidí cambiar de tema. Qué
cola de mierda, dije, mientras levantaba mi cuello y verificaba que aún
faltaban aproximadamente cuarenta personas para que me atiendan.
Tras esa fugaz conversación, y en un gesto de coquetería impropia
en mí le pedí su número, a lo que ella, casi sin chistar, respondió con
un ok, y me lo dictó. Al poco rato le hablé por WhastApp y
me respondió con muchos emoticones y caritas sonrientes. Conversamos, nos
reímos, le mandé muchos stickers y ella me mandaba audios e incluso vídeos
contándome lo que hacía durante el día. Conversamos por dos semanas por esa
aplicación hasta que decidí invitarla a salir.
Quedamos un sábado por la tarde y, como sabía que era algo especial –yo la
había llenado de elogios y le había tirado los tejos hasta por demás- me
arreglé lo mejor que pude. Una parte de mí estaba ilusionada y hasta puse
canciones de Coldplay mientras me ponía mi pantalón café
oscuro, mi camisa celeste y mis zapatos Lacoste. Salí de mi casa
envuelto en una nube de perfume y tomé un taxi. No podía evitar sentir una
mezcla de nervios e ilusión conjugada. Esa tarde hasta el taxista calvo bigotón
con cara de buldog me parecía buena onda.
Pero todo cambió cuando llegué al parque donde habíamos acordado
encontrarnos. A diferencia de mí, que me demoré casi una hora alistándome,
parecía que Kati ni se había lavado la cara y estaba somnolienta, con ojeras y
despeinada. Sin embargo, ni eso, ni que llevara puesta una falda desteñida y un
polo con la marca LG en el pecho fueron lo peor: lo más llamativo es que
cargaba en su destacado pecho un perro chihuahua flacucho y ojón. Te
presento a Puchis, me dijo.
Ahí entendí todo. Por más piropos cursis y por más interés que yo había
procurado mostrar en Kati, ella ni se había imaginado que esa salida era para
mí una cita. Y no cualquier cita. Mi primer cita después de un año. Oye,
tú te vistes bien elegante ¿no?, me dijo cuando ya estábamos sentados
en una banca mugrienta viendo cómo Puchis se cagaba y se revolcaba en el pasto.
Sentí que la magia que había nacido en esa cola en el Banco de la
Nación se había esfumado. Gracias por acompañarme a sacar a
pasear a Puchis, eres buen amigo, remató.
Tuve que salir de allí casi
de inmediato. La cita con la que soñé y con la que me ilusioné había sido un
desastre. Obviamente, exageré. Entendí que no puedes ilusionarte con alguien a
quien nunca has tratado personalmente más allá de haber tenido un pequeño
momento en la cola de un banco y que usar cursilerías en una aplicación no es
garantía de nada. Terminé el día tirado en el mueble comiendo un arroz chaufa y
mirando un documental sobre perros chihuahuas.
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