jueves, 7 de febrero de 2019

Lo que habría pasado


Lo que habría pasado (1)

Noviembre del 2008. Último año escolar. Clase de natación. Junto a mis compañeros de salón jugamos en la piscina de colegio, ignorando las indicaciones del profesor Baltazar, que de pronto nos llama la atención y ordena que vayamos a cambiarnos. A regañadientes salimos uno a uno de la piscina con dirección a los camerinos.

Ninguno de nosotros, ni siquiera el maestro, nota que Carlos Miranda se ha acalambrado en el agua, que ha empezado a gimotear, que está levantando los brazos y que intenta gritar, pero solo logra balbucear palabras sin sentido, y en ese intento traga más y más líquido. La piscina de tres metros de profundidad se lo está tragando.

Tampoco nadie sabe que sufro de asma y que escondo mi inhalador detrás de los flotadores, por lo que espero un descuido del grupo para escabullirme de los vestidores y regresar a la piscina a recoger mi aparato médico sin el cual no puedo vivir. Entonces me percato de Carlos Miranda flotando en la piscina. El corazón se me acelera. Dudo entre lanzarme o llamar a Baltazar, pero en una fracción de segundo ya estoy nadando hasta Carlos. Lo levanto como puedo. Le digo que se calme, pero me doy cuenta que está inconsciente. Parece que ni siquiera respira. Empiezo a nadar hacia la orilla pidiendo ayuda. “¡Auxilio!”. Mientras avanzo pienso que mi grito ha parecido más un chillido y que nadie me ha escuchado y me odio a mí mismo por no tener la voz más grave.

Cuando estoy cerca de llegar a la canaleta veo el rostro de Carlos. En ese momento es el ser humano más azul que he visto en mi vida. Me lleno de temor mientras trato de emergerlo del agua. Las piernas empiezan a temblarme. Pienso que no voy a poder sacarlo. Me imagino yendo a su funeral, me imagino a sus padres culpándome porque no pude salvarlo, porque lo dejé morir. Con todas las fuerzas que me quedan tomo aire y levanto el cuerpo inerte de mi compañero, que casi rebota al tenderse en el piso.

Cuando parece que voy a desmayarme veo llegar a Baltazar, que se agacha y empieza a soplar en la boca de Carlos. Al mismo tiempo presiona su pecho tres veces y repite la acción por un tiempo que me parece una eternidad. Levanto la mirada y recién noto que toda la clase está alrededor del suceso. Saúl Rimalla empieza a llorar. Beto Timaná se tapa la cara con las dos manos. Diego Jiménez está arrodillado.

En ese momento pienso que todo está perdido, que Dios se ha llevado a Carlos Miranda al cielo. O quizás al infierno, porque el buen Carlitos era un vago de los mil demonios. Pero en el fondo era buena gente. Un chico inteligente. Recuerdo que su padre tiene una ferretería y su madre es bióloga. También recuerdo que tiene una hermana de tres años. Los ojos se me llenan de lágrimas.

Estoy a punto de llorar cuando de pronto, cual escena sacada de una película, Carlos tose y comienza a carraspear. Baltazar lo inclina hacia un lado y el chico sigue tosiendo y atorándose con su propia saliva. Sus ojos están rojos y su boca cuarteada. Nadie dice nada. En la piscina ronda un silencio sepulcral que solo se rompe con el sonido del agua chocando contra la canaleta.

Lo que habría pasado si yo no hubiera nacido con asma.


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