Lo que habría pasado (1)
Noviembre del 2008. Último año
escolar. Clase de natación. Junto a mis compañeros de salón jugamos en la
piscina de colegio, ignorando las indicaciones del profesor Baltazar, que de
pronto nos llama la atención y ordena que vayamos a cambiarnos. A regañadientes
salimos uno a uno de la piscina con dirección a los camerinos.
Ninguno de nosotros, ni siquiera el
maestro, nota que Carlos Miranda se ha acalambrado en el agua, que ha empezado a gimotear, que está levantando
los brazos y que intenta gritar, pero solo logra balbucear palabras sin
sentido, y en ese intento traga más y más líquido. La piscina de tres metros de
profundidad se lo está tragando.
Tampoco nadie sabe que sufro de
asma y que escondo mi inhalador detrás de los flotadores, por lo que espero un
descuido del grupo para escabullirme de los vestidores y regresar a la piscina
a recoger mi aparato médico sin el cual no puedo vivir. Entonces me percato de
Carlos Miranda flotando en la piscina. El corazón se me acelera. Dudo entre
lanzarme o llamar a Baltazar, pero en una fracción de segundo ya estoy nadando
hasta Carlos. Lo levanto como puedo. Le digo que se calme, pero me doy cuenta
que está inconsciente. Parece que ni siquiera respira. Empiezo a nadar hacia la orilla pidiendo
ayuda. “¡Auxilio!”. Mientras avanzo
pienso que mi grito ha parecido más un chillido y que nadie me ha escuchado y
me odio a mí mismo por no tener la voz más grave.
Cuando estoy cerca de llegar a la
canaleta veo el rostro de Carlos. En ese momento es el ser humano más azul que
he visto en mi vida. Me lleno de temor mientras trato de emergerlo del agua.
Las piernas empiezan a temblarme. Pienso que no voy a poder sacarlo. Me imagino
yendo a su funeral, me imagino a sus padres culpándome porque no pude salvarlo,
porque lo dejé morir. Con todas las fuerzas que me quedan tomo aire y levanto
el cuerpo inerte de mi compañero, que casi rebota al tenderse en el piso.
Cuando parece que voy a
desmayarme veo llegar a Baltazar, que se agacha y empieza a soplar en la boca de
Carlos. Al mismo tiempo presiona su pecho tres veces y repite la acción por un
tiempo que me parece una eternidad. Levanto la mirada y recién noto que toda la clase está alrededor del suceso. Saúl Rimalla empieza a llorar. Beto Timaná se tapa la cara con las dos manos. Diego Jiménez está arrodillado.
En ese momento pienso que todo
está perdido, que Dios se ha llevado a Carlos Miranda al cielo. O quizás al
infierno, porque el buen Carlitos era un vago de los mil demonios. Pero en el
fondo era buena gente. Un chico inteligente. Recuerdo que su padre tiene una
ferretería y su madre es bióloga. También recuerdo que tiene una hermana de
tres años. Los ojos se me llenan de lágrimas.
Estoy a punto de llorar cuando de
pronto, cual escena sacada de una película, Carlos tose y comienza a carraspear.
Baltazar lo inclina hacia un lado y el chico sigue tosiendo y atorándose con su
propia saliva. Sus ojos están rojos y su boca cuarteada. Nadie dice nada. En la
piscina ronda un silencio sepulcral que solo se rompe con el sonido del agua
chocando contra la canaleta.
Lo que habría pasado si yo no
hubiera nacido con asma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario