sábado, 9 de abril de 2016

Mi primer nocout

Siempre me he llevado mal con mi primo Boris Alcántara. La verdad, Boris es un cabrón. Él es mayor que yo por meses, pero esa diferencia ha hecho que Boris se sienta, desde pequeño, más valiente, fuerte y listo que yo. Es una lástima, pues lo que cree Boris no es cierto. Sin embargo, debo admitir que sí es más fornido que yo, pues Boris es un cabrón rechoncho y corpulento.

Su padre, Hugo, que es hermano del mío, es el tío más adinerado que tengo, y también el más mujeriego, mafioso y corrupto de la familia. Tío Hugo es político, y trabaja desde hace más de diez años en el consejo regional. Su hijo, Boris, es muy parecido a su padre, y aunque es muy tonto, tal vez algún día llegue a convertirse en político también.

Conservo intactos los recuerdos de los momentos ingratos que he pasado con Boris. Recuerdo, por ejemplo, que cuando teníamos ochos años, nuestros padres nos llevaron a la playa una mañana de verano. Boris y yo íbamos en la parte trasera de la camioneta de su padre, y durante todo el camino, mi primo me daba de manotazos en la cabeza y en el brazo para que yo vea cómo se divertía con su Gameboy. Yo quería ver por la ventana, me gustaba el paisaje, pero él me golpeaba y me obligaba a verlo jugar. Yo, resignado y sin ganas de crear problemas, aceptaba. Pero claro, eso no quitaba que lo odié en silencio.

Boris es como un grano maloliente que aparece justo la noche anterior a una fiesta: no te lo puedes sacar de encima, es casi imposible desaparecerlo. Boris es como una mentada de madre, una carajeada, un insulto. Cuando lo veo, no dejo de sorprenderme por lo gran hipócrita que soy al sonreírle. 

Una tarde, en una reunión familiar, Boris llegó a mi casa y, sin pedir permiso, se tiró en mi cama con los zapatos sucios. ¿Qué me ves, cabrito?, me dijo. Yo, sin ánimos de causar problemas, no le dije nada y prende la consola de Playstation que me había comprado con las propinas que me daba la abuela Gerónima.

Al ver lo que hacía, Boris pegó un salto de la cama y me retó sin mas: "A ver, ponlo en versus, para ganarte, como siempre", dijo. "Gran error, cabrón", pensé. Porque Boris era más grande que yo, más adinerado y corpulento, pero si había algo donde yo le ganaba -además de las notas en el colegio- era en los videojuegos.

Conecté el juego de boxeo y elegí a mi jugador favorito: Lee Vásquez, un mexicano menudo que, sin ser el personaje más fuerte, yo había aprendido a dominarlo a la perfección. Boris, en cambio, eligió a Charles Hood, un enorme escocés pelirrojo que tenía el potencial más alto de todos.

Empezó la pelea y Vásquez se acercó con discreción a Hood. Lee sabía que, con su fuerza, Hood podía derribarlo y ganar por nocaut. Poco a poco, Vásquez fue dando golpes leves: en la mandíbula, en la nariz, y en los hombros. Al llegar al tercer round, Hood lucía cansado y magullado, mientras que Vásquez estaba ileso y dando saltitos al rededor del cuadrilátero. De pronto, Lee Vásquez se acercó con rapidez a Hood y le dio un golpe certero en la mandíbula derecha. El pelirrojo no resistió y se fue a la lona. 

La pelea había terminado, y Boris tiró su control de mando. Mi primo estaba más rojo que nunca, y su cara lucía desencajada. Era como si él hubiera recibido los golpes de Lee Vásquez. "Sólo porque tú practicas, mierdecita", me dijo, y salió de mi cuarto. Aquella fue la primera vez que gané por nocout en toda mi vida.

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