miércoles, 2 de marzo de 2016

"Tú decides"

Es difícil confesarle a mi mamá mi homosexualidad. Obviamente se va a caer para atrás, va a llorar, patalear, maldecir, carajear, mentar la madre. Pero sé que con el tiempo lo va a entender y aceptar.
Antes de viajar a España tengo que decírselo. Una nunca sabe lo que puede pasar en un avión, o en Madrid. Si me pasa algo allá, la verdad, es lo de menos. Pero no me gustaría irme sin que mi madre sepa que Otilda, la amiga inseparable que conozco desde la universidad, es en realidad mi amante furtiva. Es el amor de mi vida, es quien me enseñó a besar, a amar, y sobretodo, me explicó como las lesbianas podían hacer el amor.
Definitivamente, mi mamá tiene que saber que no viajo a España a un curso de fotografía. Sino, más bien, viajo para casarme con Otilda y sellar nuestro amor para siempre. Y claro, también viajo para adoptar un niño lindo, de test blanca y cabello negro, de ojos celestes como los míos; y hacerlo nuestro hijo.
Tengo que decírselo, pero no sé cómo. Por eso, hoy recurrí a mi abuela Violeta. Ella tiene sesenta y cinco años, pero es totalmente actualizada. No se sulfura con nada: está a favor del aborto, de la eutanasia, y no fruñe el ceño cuando ve homosexuales en las calles. Mi mamá Violeta me va a enseñar cómo decírselo a su hija católica practicante de misa diaria.
Toqué la puerta de su apartamento sin nervios, pero cuando me hizo pasar y me invitó jugo de fresa me hizo pensar en cómo tomaría una persona de su edad el hecho de que su nieta, a quien vio nacer, y hasta cambió de pañales, es en realidad del otro equipo. Temía que se asqueara de mí, que me diga machona, que me diga que siempre lo supo por mi forma de vestir o que me bote a patadas de su casa. Pero ya está, me dije a mi misma, ya estoy aquí y haré lo que vine a hacer.
“Soy lesbiana”, le dije, casi gritando, mientras ella me preguntaba si quería más juguito. Me miró anonadada, perpleja, pero se sentó a mi lado y me dijo: “¿Qué es eso?”. Y por un segundo, pensé en explicárselo. Pero su sonrisa la delató y yo me sonroje.
“Es tu decisión, hijita, es tu decisión. Tú decides si te gusta el hot dog o la papa, ya eres mayor, nadie te va a joder, y si tu mamá jode, mándala a la mierda, ya sabes”, me aconsejó. Y agregó: “Ahora dime, ¿quieres más jugo o no?”.

Su comprensión me calmó, y pase toda la tarde contándole algunas de las experiencias, problemas y anécdotas que tuve a lo largo de todo este tiempo encerrada en el clóset. Cuando salí de su casa, me sentí liberada, pero sé que lo peor está por venir. Y solo tengo una noche más para contárselo a mi madre.

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