sábado, 3 de octubre de 2015

La muerte de Rodrigo

Foto: hotsondc.blogspot.com

Por mucho que intenta zafarse, Rodrigo no lo logra. Está atado a una silla, en un cuarto amplio con mucha luz. A su lado hay una cama pequeña, y al frente, un closet, ambos con ropa tirada por doquier. En el suelo hay revistas de autos, de chicas desnudas y hombres exitosos. Rodrigo está sudando. El sudor le cae por la frente y baja hasta sus ojos, lo que le produce un ardor incesante. Está amarrado de las manos y los pies, y por mucho que forcejea, los nudos no ceden.

Tiene la boca llena de trapos sucios, y a duras penas puede mover los labios. Pasar saliva le da asco, pues el sabor de los trapos es asqueroso. Rodrigo escucha muy de cerca, en el baño, el sonido de alguien usando el agua que cae del lavadero. Se imagina a una persona grande, por la sombra que proyecta desde el sanitario. De pronto, la luz del baño se apaga y Rodrigo suda mucho más. Suda como nunca antes había sudado en su vida, y su corazón late cada vez más fuerte. Cuando el hombre del baño aparece frente a él, Rodrigo no puede evitar orinarse. El hombre del baño tiene una jeringa en la mano derecha, y un pedazo de algodón en la izquierda. No tiene nada que lo cubra. Respira lentamente mientras se acerca al oído de Rodrigo.

  -Esto es por lo que me hizo tu madre-le dice el hombre

 Luego, inyecta la jeringa en el corazón de Rodrigo y la aprieta con fuerza. Mientras lo hace, Rodrigo intenta patear, intenta moverse, pero le es imposible. Cuando la sustancia ha sido vaciada, el hombre extrae la jeringa, limpia la punta con el algodón, y espera a que, poco a poco, el veneno haga efecto. Pasaron dos minutos, tres, cuatro, y luego, cuando el hombre ya pensaba en inyectarle más, Rodrigo bajó la cabeza y dejó de moverse.

DG.

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