domingo, 8 de junio de 2014

Crónicas

El gran novato


Por: Daniel Guerrero

Jorge Luis Sampaoli Moya llegó al Perú la mañana del doce de enero del 2002. Llevaba lentes gruesos y vestía una casaca roja y unos pantalones beige de los años noventa. El actual técnico de la Selección de Fútbol de Chile traía consigo cuatro maletas, pero sólo una contenía sus piezas personales, las demás estaban llenas de vídeos de partidos de mundiales, Copa Libertadores, Champions y de la liga argentina, de donde él provenía. 

El entrenador había sido contratado por el club Juan Aurich, un equipo de la ciudad de Chiclayo ubicada al norte de Perú. Era la primera vez que entrenaría a un equipo de Primera, y aunque el fútbol peruano no era el más reluciente de aquella época, para Sampaoli, ese era el mayor reto de su vida. 

Después de hacer escala en Lima, Sampaoli llegó a Chiclayo casi al mediodía. Al ver que nadie había llegado a recogerlo, tal como se lo había prometido el entonces presidente del club ‘aurichista’, Juan José Salazar, el entrenador decidió sentarse a esperar en el aeropuerto. Luego, el médico del club, Roberto Guevara, enviado improvisadamente por el presidente del equipo, llegó en un Volkswagen blanco, le pidió disculpas por la demora y le dio la bienvenida al Perú.

“Sampaoli no era un tipo cualquiera. Era un enfermo de los números y los vídeos. Cuando llegaba a su cuarto se encerraba y podía pasarse toda la noche viendo partidos, analizando jugador por jugador. Se emocionaba cuando veía una jugada elaborada o un pase genial, le gustaba el juego del Barcelona, era fanático de la Liga española y de Rivaldo, siempre estaba hablando de ellos”, cuenta Juan Cassiano, que por ese entonces era el quinesiólogo del equipo ‘rojo’.

Las fantasías que Sampaoli tenía en el campo las trataba de calar en su equipo. Pero las diferencias entre el juego soñado que él admiraba y el fútbol peruano eran abismales. Y el ‘hombrecito’ aún lo sabía. Perdió dos de los cuatro primeros partidos, y rápidamente puso su continuidad en juego. Sin embargo, su fe era inquebrantable: en sus ratos libre estudiaba a los rivales que enfrentaría, se aprendía sus nombres, sus jugadas, sus errores y hasta sus gestos. Y cuando llegaba el día del partido, daba a sus jugadores esa información. Casi siempre sus predicciones se hacían realidad.

“Él sabía todo de los rivales, todo, era un genio. Sabía qué jugador se cansaba rápido, qué jugador no pateaba bien con su pierna ‘coja’, qué jugador se pegaba demasiado a la línea o se desordenaba con facilidad. Sabía medir los tiempos durante el partido, y casi siempre sus estrategias eran acertadas”, dice César Sánchez, exdefensa de Aurich.

Lamentablemente, la poca efectividad de sus jugadores no era el único problema para Sampaoli: los malos manejos económicos de la dirigencia norteña habían llevado al club al precipicio económico, y al peligro potencial de irse a la quiebra. Pero para ‘Don Sampa’ el dinero no era prioridad: los tres mil soles que recibía mensualmente le alcanzaban para vivir cómodo. Había rentado un departamento en la urbanización Santa Victoria, y a menudo, preparaba barbacoas para sus compañeros del club.

Antes de los partidos, Sampaoli podía convertirse en el hombre más nervioso del mundo. Detestaba el cigarro, pero tenía un tic particular: le encantaban los chicles. Podía acabar una caja entera por partido, y aun así, le terminaban faltando, pues durante el juego, cogía pasto y lo mordía lentamente. Era su obsesión. Sin embargo, en un partido contra Alianza Atlético, en la provincia de Sullana, esa manía le jugó una mala pasada. Al no haber pasto en la zona técnica donde él se paseaba de un lado a otro, cogió lo que parecía ser una piedra pequeña, y como si fuera un chicle, comenzó a morderla. Pero grande fue su molestia cuando se dio cuenta de que lo que realmente había mordido era excremento de perro. Lo escupió, y mientras se limpiaba la boca con la mano, gritó: “¡Traiganme agua, concha, que me ahogo!”.

En el camarín, el pequeño técnico argentino hablaba con voz de gigante, y sus jugadores entendían su aliento. Su hincapié en la salida con toque, la puesta de inteligencia y la técnica durante el juego eran sus mayores objetivos. Y los jugadores parecían entender su ansiedad. Sabían que el reto iba más allá de un partido de fútbol, Sampaoli se jugaba el inicio de su carrera como técnico.


 “A veces antes de los partidos nos preguntaba qué nos parecía su estrategia. Nos increpaba a criticarla, a hacerle correcciones, a hacerle ver sus errores. Nosotros no sabíamos qué decirle, pero con el tiempo fuimos mejorando. Y hasta terminábamos discutiendo con él (risas)”, narra Roberto Guevara.

Pese al esfuerzo del ‘Casildense’, Juan Aurich no empezó con buen pie el torneo apertura. De los ocho partidos que jugó, perdió cinco, ganó dos y empató uno. En los siguientes días, el presidente del club renunció y se dieron cambios inesperados en la dirigencia, algo que desestabilizó la estadía de Sampaoli en Chiclayo.

Una tarde de mayo de ese año, Sampaoli reunió a sus jugadores en un hotel céntrico y les dijo que iba a renunciar. De alguna manera, todos sabían que eso pasaría. Pero nadie esperaba que lo hiciera de esa forma. Hasta para eso, el técnico ‘gaucho’ tuvo signos extraordinarios.

“Me voy por ética, muchachos. A mí me trajo Juan Salazar, y si él renuncia, yo también. Todos saben cómo soy, mi forma de ser, no puedo seguir trabajando si mi jefe se ha ido. Los voy a extrañar, los llevo en mi corazón”, les dijo.

Al día siguiente, el estudioso Sampaoli subió al mismo Volkswagen blanco que lo había recogido meses atrás, y metió todas sus maletas llenas de vídeos en el asiento trasero. Su rumbo era incierto, pero su esperanza enorme. Y en los siguientes años, la capacidad del Gran Novato sería admirada a nivel mundial.




*Meses después, el entrenador pasaría por una serie de equipos peruanos, y en los siguientes años conseguiría su primer título como entrenador con el Emelec de Ecuador. Luego, llegaría al fútbol chileno, donde fue campeón nacional y sudamericano. En el país sureño, Sampaoli ya es considerado ‘santo’.
Hoy por hoy, se encuentra en Brasil, donde disputará el Mundial defendiendo los colores de la selección ‘mapocha’.



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