Se miraron por varios minutos.
Luego, cogidos de las manos, empezaron a caminar por el penumbroso camino. La única luz que brillaba era la de sus ojos, blancos, tiernos, enamorados.
De pronto, él se detuvo y la besó durante un tiempo infinito. “Te amo”, le dijo. “Te amo”, le respondió ella.
Siguieron caminando y, cuando llegaron al lugar donde ella vivía, se abrazaron fuertemente. Se sintieron, se amaron.
Antes de separarse, se miraron por última vez. El amor que desprendían había hecho que el clima se tornara más puro, más dulce.
Ella lo besó en cada mejilla, lentamente, luego en la frente, y finalmente lo besó apasionadamente en los labios. Parecía que no podían separarse, parecía que volaban juntos hacia la eternidad.
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